Me leen:

92.

Me dejé caer el abrigo, me morí sola del frío, sólo en el dolor soy capaz de encontrarme. Mi espejo me repugna y mis gritos son nulos ante el silencio de mi mirada. Que difícil es dejarme marchar. Que a gusto estaría sin mí. Se va mi esencia en pasos mudos, en manos heladas de movimientos severos, en el chirrido de una rueda rota en el asfalto que se ha pinchado con el simple roce de un cristal.
Vivir a la merced de un antojo; por debajo de unos números que te pisotean pero por desgracia no te hacen más pequeña; por encima de la talla que quisieras, por encima del grosor establecido, marcado en cada día de tu calendario. Cuando cada gramo es una desgracia y nada tiene sentido, cuando odias tu reflejo, cuando asqueas tu cuerpo. Cuando llenas el hambre y quieres más, cuando corres hacia el baño y te arrodillas buscando una solución a la libertad que te privas tú misma sabiendo qué no debes hacer. Cuando todo lo que sobra en tu horrible figura te hace sentir diminuto el corazón y sobrante el alma.
Entonces tienes un problema.
Me abandoné en una esquina, dejé que entraran en paso firme mis complejos uno por uno dominando lo que soy y lo que siento.
Verás, que estoy enferma.
Pero soy una enferma gorda, muy muy gorda.

3 comentarios:

  1. Sencillamente genial, Laura. Un texto magnífico y un problema que conozco, perfectamente reflejado. Ya hablaremos... Un abrazo muy grande.

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    1. Intenté abordar el tema, como siempre, perdí. Dejo mucho que desear.

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  2. Eres muy buena, Laura, métete eso en tu cabecita. Y decídete ya a dejar de perder y empezar a ganar. Está en tu mano...

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Quizás solo se trate de prosperar, de seguir por un camino que no sea el que marquen tus labios, unas caricias que no sean las tuyas.