Me leen:

102.

Que el corazón salga por mi boca gritando que está harto de echar tanto de menos.
Es fácil acostumbrarse a no tener la presencia de tus amores de verano en todas las estaciones, pero ese amor que en invierno da calor no se olvida. Y claro.
Aquí estoy, sacudiendo el polvo de las paredes que se me echan encima, quitándole la letra a las canciones que me torturan hablando una y otra vez de ti.
¿De verdad merece la pena todo esto? Digo, tener el revólver en la nuca esperando que sonría no es tan cómodo como tu mirada amenazando con matarme. Ni me gusta como tus ojos.
La vida es estar sentada en la barandilla del balcón esperando que no me des la espalda porque sólo sé saltar si me pides que no lo haga, y de verdad quiero saltar.
Debería guardarme los granitos de suerte que me llueven cuando amanece y juntarlos para cubrirme, pero ni creo en la suerte ni tengo paciencia suficiente.
Bonito fue que Vivaldi en cuatro estaciones construyera el mundo, pero más bonito es tu culo en plena primavera estallando de felicidad en mi pasillo.

101.

Yo que a lo que más aspiro es ser poeta de muralla, de esos con papelillos que van escupiendo metralla insonora, que a nadie le interesa escuchar.
Ella que tiene la voz del que sabe saltar al vacío sin caer, lleva luz en la mirada, que son mover las caderas al andar escribe versos dignos de ser escritos en el firmamento.
Me atrevo a soltar las mangas de mi sudadera y con eso ya me siento desprotegida, me acerco como el que camina seguro.
Se sonríe con los ojos, en las comisuras de sus labios amanece la primavera. Cruje el Octubre. Nos despoja Febrero. Un elefante me pisotea, ella sigue mirando y riendo, ésta vez con la fuerza de un huracán. Debe pensar que soy una mujer a un folio pegada que apenas sabe conjugar.
La rubia de la otra acera no sabe disimular como se nos imagina besarnos, con todo eso de los monstruos y los gritos y los polvos a medio echar de por medio, y ella también arruga la nariz mientras ve que, al fin y al cabo, echo a perder este mal vicio y me acerco a romperme la musa con los dientes en el bordillo de sus mejillas encharcadas.

100.

Esto es lo que tengo, ¿miras?
Una lengua herida de mordiscos por no doler a los que quiero.
Un 'te quiero demasiado' entre pecho y espalda que sentenció.
Un pasado que duele que te cagas, que busca condicionar mi presente.
Un aguante que no sabía que existía.
Una forma de callarme las cicatrices que podría considerarse acoso a mí misma.
Un silencio eterno que desesperaría a un monje budista.
Una alegría traicionera que se va, que regresa cuando se le antoja.
Una sonrisa permanente para quién me la arrebata sin darse ni cuenta.
Un corazón cansado de amar a palos.
Ataques de ansiedad inesperados.
Las manos temblando siempre, frías, heladas.
Los pulmones oprimiendo el pecho creando una apacible sensación de vacío.
El alma dividida, en setecientos ochenta y tres recuerdos.
La musa a cachos y cayendo.
Una plaza como tanque.
Los pasos desordenados sin saber por donde andar.
Un poco de droga como distracción, nada grave.
Un nudo en la garganta.
Tu felicidad pisoteando a la mía, que es una cobarde.
La libertad con las alas cortadas.
Demasiada conciencia en eso de que mi vida no me pertenece sólo a mí, que pertenece también a todos los que me rodean.

Bien, se me acabó la lista.
¿Con qué te quedas? Te lo regalo. Todo.

99.

Es muy bonito cuando tu lengua acaricia mi nombre y susurras que todavía tienes sueño, que quieres dormir un poco más mientras en tu subconsciente se esparce a sus anchas la idea de estirar las horas y quedarte pegada a la almohada. Pero más bonito es, sin duda, cuando acaricia la saliva que trago con desdén y murmuras por lo bajo con la mirada que quieres quedarte en la cama, conmigo, dando vueltas al mundo sin mover apenas lo que nos rodea.
Podría admirar desde la distancia el sentimiento, aguantar muchísimo tiempo siendo ciega, muda y sorda, pero ese no es mi estilo. Pongo la sonrisa de escudo mientras estallo en bombas de relojería que parecían perfectamente alineadas hasta que me tocaste. Y, claro, el universo no me importa cuando me estoy rompiendo entre tus piernas. Tengo heridas en los labios de añorarte, de fotografiar con ellos el rastro de tus dientes cuando me muerdes. Paseo como me da por tu mente pero nunca encuentro nada de mi agrado, demasiado inconformista, lo sé, llegado a este punto es incluso enfermizo. ¿Y qué?

A veces busco que me tiemblen las piernas y no poder articular palabra, pero eso sólo pasa en las películas. Otras me conformo con entregarme por fasciculos esperando que no te canses antes de terminar la colección, como tantas antes, y te dé por montar el puzzle antes de que me pierda a mí misma.
Sé que sabes que estoy como perdida por ti, pero vuelves y te vas como si no te importara, ahora más, ahora menos, ardiendo en el sulfúrico de tu indiferencia.
Es desconcertante porque tras tuyo sólo veo vacío y sé que aunque te vayas me va a tocar vivir.

He escrito unos treinta y ocho artículos sobre ti en mis diarios personales, más o menos habré gastado mi fortuna en repararme, es más complicado de lo que parece sentir esto, quiero dejarme querer. Sin embargo sigo sin saber si estoy hecha para eso, me refiero a que no sé si aguantaré suficiente tiempo andando por los cables antes de ahorcarme con ellos.
Tengo la mente algo descolocada, el cincuenta por ciento del tiempo lo dedico a planear mi suicidio, el otro luchando por salvarme.
¿Lo ves? 

Corazón de mimbre, una vajilla de cristal, huesos en un saco.

No encuentro las ganas ni la voz.

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Quizás solo se trate de prosperar, de seguir por un camino que no sea el que marquen tus labios, unas caricias que no sean las tuyas.