Me leen:

101.

Yo que a lo que más aspiro es ser poeta de muralla, de esos con papelillos que van escupiendo metralla insonora, que a nadie le interesa escuchar.
Ella que tiene la voz del que sabe saltar al vacío sin caer, lleva luz en la mirada, que son mover las caderas al andar escribe versos dignos de ser escritos en el firmamento.
Me atrevo a soltar las mangas de mi sudadera y con eso ya me siento desprotegida, me acerco como el que camina seguro.
Se sonríe con los ojos, en las comisuras de sus labios amanece la primavera. Cruje el Octubre. Nos despoja Febrero. Un elefante me pisotea, ella sigue mirando y riendo, ésta vez con la fuerza de un huracán. Debe pensar que soy una mujer a un folio pegada que apenas sabe conjugar.
La rubia de la otra acera no sabe disimular como se nos imagina besarnos, con todo eso de los monstruos y los gritos y los polvos a medio echar de por medio, y ella también arruga la nariz mientras ve que, al fin y al cabo, echo a perder este mal vicio y me acerco a romperme la musa con los dientes en el bordillo de sus mejillas encharcadas.

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Quizás solo se trate de prosperar, de seguir por un camino que no sea el que marquen tus labios, unas caricias que no sean las tuyas.