Me leen:

96.


Un colacao y humo. Soy muy niña para lo que quiero. Consumo las letras y nada hablan, ni exprimiendo, ni soplando, ni bebiendo, ni fumando, nada.
A veces paga el inocente, otras el pecador, otras el pecado. A veces, casi siempre, creo que soy el pecado de tus ojos tristes, de ese par de melodramas que cuelgan de tu ciudad de sueños. Soy como tirar una cerilla encendida en una lata de tabaco, una tontería de las que jode. En ocasiones siento el miedo aferrado con fuerza a tus pupilas verdes, otras la pasión. Y no temas, tu pestañeo es solo un respiro para mí, para cuando no te miro.
La cocina repleta va a estallar de silencio, estas 26 baldosas frías, heladas, me torturan. Como quien chilla 'Welcome to the hell'. La nevera me atormenta. 'Ábreme, ábreme, lléname la boca de picatostes y sal corriendo, culpable, a llorar frente la taza del baño'. Maldita cobarde. Todo esta perdido, a veces, casi siempre, me tiro en el suelo como quien rompe un vaso y me pisoteo a mi misma. Me chillo, me pego, me mutilo, me apuñalo. Sé hacer todo eso sin moverme, con palabras y con la boca cerrada. Lo más importante, sé morir donde mueren los sueños estando de pie, sonriendo y con los ojos secos. Me muero de ganas de contarle al mundo cuánto me echo de menos, y sin embargo no me cuesta demostrar sin tapujos que me estoy echando de mi propia vida. Quemándome con las calorías. A ver si aprendo a controlar por fin mi sed de mundo, mi hambre de ser otra.
Estas confesiones duran, o han durado lo que dura un cigarro de liar, pero de máquina.
Mis engranajes piden agua.
Y ni eso.

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Quizás solo se trate de prosperar, de seguir por un camino que no sea el que marquen tus labios, unas caricias que no sean las tuyas.