A veces el dolor es más tangible cuando el espejo colabora, otras es como un chillido punzante de una voz esquizofrenica que rebota, una y otra vez, y otra, desgarrando todo rastro de lucidez.
No te sientes, no te rompas la vida, mejor camina, estira tu cuerpo, gástate.
Y, joder, maldito cerebro, deberías aprender a callarte, nos vendría bien a ambos un descanso, pero no. Y el humo saliendo, y las paredes acechando, y el corazón marchito de prosa, y el semblante, cómo no, aterrorizado.
-Ese reflejo no es el mío, devuélvanme el cuerpo que mi mente ha asimilado.-
-Esas ideas son mis crisis atrasadas, apuesten doble en soledad esta noche, parece que va a ser seguro el premio.-
La pequeña, no tan pequeña, no se reconoce, no se molesta en buscarse porque no tiene claro si quiere encontrarse.
Y las veintiséis baldosas, brillantemente blancas, amenazan con escaquearse, con pisarla, con aplastarla.
Más.
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