Me leen:

83.


Tienes todo, la boca del diablo, los labios de ángel, esas manos como látigos que abofetean cuando acompañan a tus palabras, afiladas como puñales. Las jaulas no son más que tonos ocres comparados con tus ojos, paraíso momentáneo en cualquier situación. Un gris completo cuando en tu rostro se desdibuja esa sonrisa y oscurece cuando dices que no, que ya no me quieres, que solo eran palabras y que tienes tiempo y ganas de olvidarme. Mientes, siempre mientes. Tus gestos te delatan, tan fríos y claros que anulan la calidez que no dejas mostrar, eres dura conmigo, contigo, eres dura con el mundo, te decepciona que no sean como tú, a veces crees que sería mejor que fueras tú como ellos. A un lado, a otro, parpadeas, pierdes la noción del tiempo imaginando en cada persona una historia, en cada latido un pensamiento. Buscas en las caras de quienes te cruzas algo que te salve, que al menos te enoje y consiga que te pese menos la angustia en tu pecho. Pero al fin y al cabo solo eres un manojo de cables apenas coloreados, un corazón apalabrado con el cielo y vendido más tarde al infierno que se encuentra así entre dos mundos, perdido en los primeros labios que te pronuncien un 'te quiero'. 

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Quizás solo se trate de prosperar, de seguir por un camino que no sea el que marquen tus labios, unas caricias que no sean las tuyas.